lunes, 24 de enero de 2011

La Autonomía Se Siente

Antes de escribir sobre la Autonomía y particularmente sobre la Autonomía Universitaria, y luego de darle una ojeada a mi Abbagnano, comencé a leer a varios profesores de distintas áreas de estudio que se han manifestado entorno al intento de reforma de la Ley de Universidades, quienes han dado distintas visiones y descripciones del concepto,
cada uno de ellos ha puesto mayor énfasis a diferentes acepciones de Autonomía.

De esto destaqué pues, que podemos hablar en tanto Autonomía Universitaria, de la autonomía académica, de la autonomía económica y financiera, autonomía administrativa, y autonomía en cuanto su organización, estos en conjunto forman la Autonomía Universitaria descrita por los profesores e investigadores que han dado su parecer de frente, como dije antes, a la coyuntura que vive el país y particularmente nuestra Universidad.

Pero pensé, que sería más favorecedor hablar acá, como estudiante, de otro particular de la Autonomía Universitaria, esto es, la manera en que sentimos la Autonomía en la UCV. Esa peculiar y única manera de sabernos autónomos, que cargamos todos los que hacemos vida en la universidad, en una mochila llena de un honroso legado histórico y una delirante tradición que produce en la comunidad ucevista reverencia cada vez que llegamos a nuestra Ciudad Universitaria.
Por eso pido excusas a los que esperaban una intervención más academicista y propia de un estudiante de Filosofía de la UCV, pero a la luz de una honesta respuesta de mi parte, me permitiré exponer a continuación lo que percibimos como estudiantes sobre nuestra autónoma universidad.

La autonomía en general parece entenderse como una extremidad de la libertad, como una de sus características especiales y de primer orden. Tiene que ver en todos los casos con la capacidad o la facultad de hacer y actuar según una propia convicción, sin directrices de orden externo. Pero creo que en la UCV el tema de la autonomía no es solo una referencia bibliográfica, o un concepto que introdujese Kant o perteneciente netamente al marco jurídico, realmente pienso que va mucho más allá, más allá de lo político o de lo administrativo.

Esa Autonomía que hace posible la existencia de la universidad, se manifiesta de alguna manera en nuestras aulas de clase, en los auditorios, en los pasillos, en los jardines, en los laboratorios, en las bibliotecas, en las canchas deportivas, en tierra de nadie y en plaza cubierta. La Autonomía está allí, tiene vida propia, cuando discutimos con algún compañero, cuando opinamos en clase, cuando reflexionamos (que es siempre que estudiamos). Me refiero con todo esto a la grandeza del libre pensamiento.

No existe ningún artículo ni figura jurídica que a desmesura pueda arrebatarnos la maravilla de sentir única a la universidad, porque la Universidad Central de Venezuela para mi es única, y no hay argumento que valga para desgarrar de mi alma ese sentimiento de pertenencia, que se experimenta cuando nos sentamos en uno de estos pupitres, cuando nos echamos en uno de estos jardines o cuando caminamos libremente por estos pasillos.
¿Y qué más es la Universidad? No concibo la Universidad Central sin Autonomía, esa que ha costado tanta piedra y tanta sangre, esa que hoy transita por la cuerda floja. Lo que sí sé, es que sin autonomía no seremos ucvistas.

Para mí los ucevistas somos autonomistas. Somos unos amantes insaciables de la deliberación, somos caprichosamente críticos, pasionalmente libres de pensamiento, nuestras almas están impregnadas de un sentimiento que no está descrito ni vagamente en ningún texto, es el sentir de una universidad, un sentir latente e inmortal, porque siempre seremos ucevistas.

Por eso, no podemos aceptar que se nos inhabilite, como si fuésemos incapaces de observar nuestros problemas, de atenderlos y buscarles solución. Que se nos calle, como si todo aquello que opinamos, que argumentamos y dirimimos no tenga importancia, como si no fuésemos nosotros los únicos que realmente sentimos a la universidad.
Y es que creo que ese es el sentido más amplio de Autonomía, yace del amor a la Universidad, del amor a la continua producción de conocimiento, a la búsqueda a la investigación, a la renovación del pensamiento, a los nuevos puntos de vista y a los viejos, el amor a la sabiduría de grandes hombres que pensaron que la Universidad no podría estar en otras manos que no fuesen de quienes vivimos en ella como amantes capaces e inteligentes.

Dadas algunas argumentaciones que he tenido la oportunidad de escuchar y leer por parte de quienes lanzan garra al tema, debo decir que no pienso que haya sido ni sea la Autonomía la culpable de los desmanes de algunos o muchos rufianes que han en alguna ocasión tomado el timón de la universidad, por el contrario ella ha permitido que no resulten sus triquiñuelas, porque sin la Autonomía no habría espacio al pataleo, no tendríamos voz y a nuestra crítica nadie la atendería.

Sé que la Universidad no es perfecta, pero es evidente que mejorar no es lo mismo que transformar. No queremos otra cosa a cambio de la UCV, no hay trueque posible, porque es irremplazable, sé que no somos pocos, somos todos los cónsonos de corazón, los que sentimos la Autonomía, la misma que nos hizo enamorarnos de esta universidad.

Termino entonces sin traerles una definición seria, una descripción filosófica certera y avizorante sobre la Autonomía, dejo espacio para ello a mis profesores, además porque entendí sobre esta Autonomía de las que les hablo, que cada uno de nosotros atesora parte de ella y habría que definirla en colectivo, así como entre todos defenderemos lo que en alma es nuestra universidad, porque estoy completamente seguro que ninguno de nosotros querrá ser de la generación que dejó que venciera la sombra.

Por Gerardo González

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