Los que se preguntan por vida inteligente en otros planetas quizá estén desencantados de la Tierra, donde la inteligencia parece un bien escaso y tratan de encontrarla más abundante lejos, como en otras épocas las especias en Oriente, la plata en el Perú o el oro en California.
Cuando le preguntaron si creía en seres inteligentes fuera de la Tierra, un científico contestó un poco en broma: Si
casi no hay inteligencia en la Tierra, ¿por qué creer que hay fuera de ella? Por otra parte, el escritor uruguayo Eduardo Galeano contaba que su jefe en la redacción del semanario Marcha, en sus comienzos periodísticos, le dijo que le podía perdonar cualquier pecado, pero no contra la esperanza. Por eso el buceo en ese mar insondable debe ser cuidadoso.
Uno de los seres humanos más racionales según los criterios actuales, el físico Stephen Hawking, ha concluido que es posible que haya extraterrestres, seres inteligentes de otros planetas. Más: es posible que ya nos hayan visitado. Más todavía: que nos estén visitando ahora y que nos invadan en un futuro próximo, e invitó a no dialogar con ellos.
Hawking recordó que el universo conocido tiene unos 100 mil millones de galaxias cada una con cientos de millones de estrellas. De allí infiere que pensar que estamos solos es un poco arriesgado.
No ha sido posible demostrar la existencia de vida fuera de la Tierra, menos todavía de vida inteligente, pero tampoco se ha demostrado que no la hay.
Si no estamos solos, estamos en la incertidumbre que hace ver cosas en las sombras.
Hawking cree que la Tierra podría estar en riesgo de una invasión de extraterrestres, los que llegarían en inmensos barcos a tratar de colonizar nuestro planeta y saquear sus recursos.
El físico, autor de “Historia del Tiempo” y de la teoría sobre los agujeros negros, supone que los alienígenas dispuestos a invadir han consumido casi todos los recursos de sus planetas de origen y ahora están en la búsqueda de otros para conquistarlos y colonizarlos; es decir, les adjudica las intenciones de los humanos actuales que ante la perspectiva de quedarse sin recursos para el funcionamiento de la economía hablan de buscar helio de otros planetas para usarlo como combustible en la Tierra, de colonizar Marte o Titán, una luna de Saturno, y otras cosas por el estilo.
La idea de que en un universo tan enorme que es inimaginable no haya vida inteligente más que en la Tierra es uno de los principales argumentos racionales, aunque conjetural, a favor de los extraterrestres, pero choca con la insuficiencia de datos y con dos excesos contrapuestos: de credulidad y de incredulidad.
La duda formulada
El astrónomo Frank Drake creó hace medio siglo una fórmula matemática para conjeturar con algún fundamento sobre civilizaciones tecnológicamente avanzadas en nuestra galaxia.
N= R* x Fp x ne x F1 x Fi x Fc x L
N es el total de civilizaciones buscadas.
R es el número total de estrellas en la galaxia.
Fp es la fracción de esas estrellas que tienen sistemas planetarios.
ne corresponde al número de planetas apropiados para la vida en cada sistema planetario.
F1 es la fracción de esos planetas donde se desarrolla la vida.
Fi es la fracción de esos planetas donde se desarrolló la inteligencia.
Fc esla fracción de los planetas capaces de comunicarse a través de señales de radio.
L es la fracción de tiempo de vida del planeta durante la cual vive la civilización.
Haciendo los cálculos que necesita su fórmula Drake llegó a resultados “desoladores”. La probabilidad de que haya seres inteligentes en nuestra galaxia, fuera de la Tierra, es ínfima.
Otros buscadores de inteligencia alienígena han hecho notar que la fórmula presupone algo que no debe: los datos que introduce se basan en las características de nuestra propia civilización, como si quisiéramos encontrar algo demasiado parecido a nosotros y por lo tanto muy improbable debido a las exigencias que impone. Los humanos evolucionaron con una tecnología como la que busca Drake, que no hay razón para considerar privilegiada en ningún sentido.
El astrónomo español Juan Benítez amplía las perspectivas: busquemos vida que no respire necesariamente aire sino densos vapores de ácido sulfúrico o amoníaco, que se considere en buena forma a 180 grados bajo cero en metano líquido en vez de agua, por ejemplo. O que soporte, como nosotros una plácida llovizna otoñal, una precipitación de bolas de hierro fundido proveniente de nubes a más de 1000 grados centígrados en un clima increíble como parece haber en los “exoplanetas”, que orbitan de cerca estrellas fuera del sistema solar.
Si buscamos con más amplitud la fórmula ya no da resultados desoladores, solamente da perspectivas paupérrimas, pero algo es algo.
Otra mirada al problema: la gran soledad
Estas son apenas extensiones del modo de pensar actual, que tienen el mismo defecto que las presuposiones de Drake. El pensamiento moderno no es el único sobre la Tierra ni seguramente tampoco el mejor, está en crisis y puede desaparecer. Pero no es el pensamiento sin más ni es la única ventana de que disponemos. Las sabidurías tradicionales que han sobrevivido abren otra perspectiva.
El viejo sioux vio al cazador blanco norteamericano masacrando búfalos con su rifle. Le dijo: “cuando hayan muerto todos los animales, una gran soledad se abatirá sobre nosotros”. Para el indio los animales, las plantas, el sol, el agua, el aire eran sus compañeros. Para el cazador más bien eran adversarios, objetos de conquista y dominación. El indio, de acuerdo con su cultura ancestral, concebía la vida en armonía con su ambiente; el cazador, que representaba una etapa ulterior de la técnica y la civilización, no.
Pero a pesar de cualquier evolución anómala, el hombre es un ser gregario, necesita compañía. A lo sumo, para muchos de nosotros los compañeros son los de la misma raza, o cultura, o ciudad, o creencias, o idioma, o clase social, en el fondo los de la misma tribu. Los demás son “los otros”.
La religión, de acuerdo con una antigua manera de ver, viene a llenar ese deseo en un plano más que social. Es “religación” de acuerdo con la expresión de Cicerón. Pero mientras el escritor latino, que concebía al hombre ante todo por sus deberes con el Estado, pensaba en un fuerte lazo de unión entre ciudadanos; otro punto de vista considera que se trata de una relación puramente virtual con “superpersonas” ficticias pero útiles: los dioses.
Tanto la armonía con la naturaleza y los demás, incluido uno mismo, como la relación con los dioses están rotas. El punto de vista del cazador, cerrado en sí mismo y su estrecho círculo de intereses y enfrentado a un mundo hostil que se debe dominar, se ha impuesto finalmente. La relación con los demás se ha vuelto instrumental, de mero intercambio, de dar para recibir si es posible más que lo que se da, esporádica y trivial. Como síntoma de este estado de cosas, el hombre está cada vez más solo y desorientado en medio de las multitudes urbanas.
La gran soledad que preveía el sioux es una nube que amenaza con taparle el sol y de que ninguna droga consuela ni ninguna ciencia elimina. La ruina es tan extensa que ya incluyó al racionalismo.
Las religiones instituidas de antaño han dado paso a la proliferación de sectas y capillas múltiples, con frecuencia de vida efímera, como el moho en los recios troncos de árboles muertos.
Pero la naturaleza gregaria del hombre no ha cambiado. Si ha decretado la sujeción y destrucción de la naturaleza, a la que ve como un motivo de conquista o una oportunidad de negocios, si ha decretado la muerte de los dioses, que ve como una irracionalidad y un infantilismo que no se puede permitir, si cada uno está atrincherado y levanta contra el otro muros mentales y materiales, la necesidad de “religación” se sostiene. Y los anhelos otra vez miran al cielo, vacío de dioses pero promisorio de extraterrestres.
A los bifes: del símbolo al plato
El pensamiento simbólico, normal en otra época pero casi desconocido ahora, permite por analogía meditar sobre lo desconocido a partir de lo conocido, considerando que existe una homología de estructura que vincula a todos los niveles del Ser. Su opacamiento desde hace siglos ha dado lugar a variantes de pensamiento que pasan por racionales y quizá lo sean, pero son también lineales, estrechas y limitadas a juzgar por sus resultados.
Entre lo simbolizado y el objeto que sirve como símbolo hay una larga distancia. El pensamiento concreto la recorre hacia el objeto y se detiene una vez constatada su materialidad, que para él constituye toda su “verdad”. El pensamiento simbólico recorre mediante la meditación en el símbolo el camino en sentido contrario, del objeto concreto a lo simbolizado, que está más allá de la experiencia en el polo opuesto de lo material.
Se acusa entonces a los que ya no pueden meditar con fruto el contenido de los símbolos de pensamiento mágico, superstición, abulia o indolencia que los lleva a preferir la superstición a la ciencia, credulidad en fantasías sin justificación y muchas otras cosas.
Quizá cada una en su ámbito esté en lo cierto, y los errores en estos terrenos se paguen caro. El pensamiento se vuelve excesivamente concreto cuando todo componente simbólico se ignora y no se entienden las cosas sino en su materialidad pura. En su crítica al monje medieval Rodbertus, que fue el primero que propuso que Cristo estaba realmente presente en sangre y carne en la hostia, Carl Gustav Jung dice que se trata de “la extrema concreción de un símbolo”, convertida nada menos que en un dogma central del catolicismo.
Esa clase de concreción, anclada en contenidos inconscientes, según el mismo Jung lleva a ver “platos voladores”, objetos concretos, donde no hay sino luces cuyo origen bien puede ser psíquico y responder a fenómenos de orden mental. Jung incluye quizá demasiado en su interpretación porque debe salvar la cientifidad de su propio saber contra los antiguos, reducidos a “atisbos” a veces geniales. Así coloca como “psicología objetiva” a la astrología como la expuso Paracelso, del que supone una proyección celeste de las estrellas que contenía su mundo interior, y hace del desconcertante médico medieval una suerte de vidente casi ignorante de la verdadera naturaleza de su propio saber.
Este punto de vista ha sido contestado por presuntos herederos de la astrología antigua, cuyas claves de todos modos están perdidas, quienes han deslizado la idea de que no era Jung quien estaba en condiciones de juzgarlos a ellos, sino más bien a la inversa.
Se anuncia ahora la publicación del “Libro Rojo” de Jung, una obra escrita después de la primera guerra mundial en que expone entre otras cosas su punto de vista de los ovnis y los extraterrestres como formaciones del inconsciente. El contenido del libro es todavía desconocido porque nunca fue publicado.
Es característico que los que dicen haber visto platos voladores con frecuencia lo han hecho de noche mientras viajaban en carreteras o en sus camas; en ambos casos en aquel estado de entresueño que es facilita este tipo de visiones.
Con ojos muy parecidos, los antiguos veían muy diferente.Frecuentemente se dice que los antiguos tuvieron experiencias de extraterrestres y ovnis, pero se trata de una interpretación moderna que no se les ocurrió a los antiguos. Se suele presentar una figura de 4000 años pintada en una caverna como un extraterrestre con su escafandra y tubos de gas para respirar.
Pero esa interpretación no fue posible hasta que en el siglo pasado comenzaron a multiplicarse los avistamientos y se popularizó la figura del astronauta. Sobre todo las películas de “marcianos” en el momento de máxima popularidad del cine generaron las condiciones para una nueva “fe” en un público predispuesto y susceptible por la prevalencia de lo concreto y la paralela declinación de las creencias tradicionales.
Dos casos de interpretación actual de hechos antiguos son los “vimanas”, máquinas guerreras voladoras del Ramayana, y los carros de fuego del profeta bíblico Ezequiel.
Un paso más adelante y todas las civilizaciones antiguas, tan pronto empezaron a revelar a los investigadores conocimientos y capacidades difíciles de explicar, fueron atribuidas a la acción de aquellos extraterrestres por los “ufólogos” modernos.
Así la ciencia maya sería alienígena, el “señor de Pakal” sería un motociclista del cosmos montado en su nave los cabellos al viento, los trazos de Nazca en el Perú, pistas de aterrizaje de platos voladores; las pirámides de Egipto habrían sido diseñadas por extraterrestres como observatorios astronómicos que apuntaban a su lugar de proveniencia, etc, etc.
Una vez lanzada la idea de que los extraterrestres nos visitan desde siempre, con prueba inicial en las pinturas rupestres, su acción civilizadora era una consecuencia que estaba tan a mano que caía de madura. Es claro que uno de los presupuestos era que los antiguos, “primitivos” debido a que el progreso corría desde ellos hacia nosotros y jamás a la inversa, no podían ser los creadores de ningún refinamiento digno de nuestros tiempos.
Si el Ovni se identifica, no es Ovni
Un Ovni (objeto volante no identificado), palabra calcada sobre la inglesa Ufo “unidentified flying object), es por definición un objeto volante real o aparente que no puede ser identificado por el observador y cuyo origen sigue desconocido después de una investigación. La definición es bastante precisa, pero califica más al observador que a lo observado, ya que lo esencial es que no sabe qué observó.
Es posible que todos hayamos visto un Ovni alguna vez y que hayamos hecho cualquier atribución sin preocuparnos más, pero también que el hecho nos haya conmovido pero no lo hayamos dado a conocer por miedo el ridículo, ya que los que dicen “ver cosas” nunca han tenido buena fama. Al menos nuestra sociedad pretende que se vea sólo lo socialmente reconocido, es decir, aquello en que todos puedan acordar sin discusiones porque entra en el sentido común prevaleciente.
Un gaucho podía ver luces fantasmales, sombras y bultos que se menean sin ser considerado mentiroso ni loco, la única condición era no revelar miedo; pero otro es el caso de un moderno habitante de las ciudades, donde al menos nominalmente se acepta la racionalidad científica burguesa. Y aunque semejante racionalidad nos caiga lejos, sabemos que no conviene desafiar el ridículo.
Hamlet se inicia con una escena de fantasmas reveladores de hechos terribles que son apenas entendidos como una ficción dentro de la ficción por los espectadores actuales, pero es seguro que en el siglo diecisiete, antes del triunfo pleno de la razón capitalista, la reacción del público era muy diferente ante la misma escena. El ridículo de entonces no era el de ahora.
Todo el poder del universo en un proyectil
El gran poema épico hindú Ramayana, atribuido a Vilmaka, trata del rapto de la hermosa Sita, tal como la Iliada el de Helena. El poema narra una guerra entre el ejército de Rama y el de los cingaleses. No se trata de una guerra común debido a las armas que se usaron en ella: vehículo de los dioses, carros de fuego, vimanas, discos solares, nubes de fuego, el bórax resplandeciente, el carro Pushpaka.
El poema no tiene un solo sentido ni está escrito en un solo nivel. Narra una historia de amor, de Rama y Sita, narra una guerra, narra una grandiosa destrucción, da cuenta del fin de una era y del inicio de otra. Estas y otras interpretaciones que se interpenetran son posibles, pero no parece ser el caso que las sorprendentes armas descriptas sean fabricadas ni manejadas por extraterrestres.
El Ramayana se refiere a estas armas: “Era tan poderosa que podía destruir la tierra en un instante; un gran sonido creciente envuelto en humo y llamas y en él se siente la muerte”. Y otro gran poema hindú, el Mahabharata: “Gurka, volando un rápido y poderoso vimana lanzó un solo proyectil cargado con todo el poder del universo. Una columna incandescente de humo y llamas, con la luz de 10.000 soles se alzó en todo su esplendor. Era un arma desconocida, una centella de hierro, un gigantesco mensajero de la muerte que redujo a cenizas a la raza entera de los vrishsnis y los andakhas”. Es casi imposible suponer que se trata de frutos de la imaginación de los antiguos, de sueños o fantasías alocadas, porque se parece demasiado a realidades verdaderamente alocadas, pero modernas.
Narra la destrucción de un mundo de manera no muy diferente a lo que pudiera ser la del nuestro actual. Solo que parece dar a entender que en aquella época había armas que jamás supondríamos dado el nivel tecnológico que estamos dispuestos a conceder a civilizaciones que datan de miles de años. Posiblemente nunca se pueda dilucidar hasta el fondo el sentido de estos relatos ni acordar sobre ellos, pero en la India han aparecido ciudades enterradas, como Harappa y Mohenjo Daro, muy anteriores a la antigüedad que hasta entonces de admitía para aquella civilización, que fácilmente se pueden relacionar con una destrucción enorme.
De una manera similar, la verdad histórica de los relatos de Homero fue negada durante mucho tiempo, hasta que un testarudo arqueólogo aficionado, Enrique Schliemann, gastó con la Iliada en la mano parte de su fortuna en costosas excavaciones y encontró guiado por el texto, en las colinas de Hissarlik en los Dardanelos, no una sino varias Troyas enterradas.
Es decir, no hay razón para poner en duda la verosimilitud de estos relatos, pero tampoco se puede deducir de ellos lo que no contienen: que las armas eran platos voladores y sus tripulantes extraterrestres porque el texto alude siempre a civilizaciones terrestres enfrentadas hasta la destrucción.
Otra presunta visión de platos voladores atribuida a los antiguos es la de Ezequiel en la Biblia, a pesar de que el autor, uno de los profetas “mayores” de Israel, dice expresamente que su visión es de lo que él llama órdenes angélicos. Es decir, de estados del ser que no son experimentables sino en casos muy excepcionales, ya que se refieren a aspectos de Jahvé.
El carro de fuego que Ezequiel vio tenía dentro seres vivos con forma de hombres, “pero cada uno tenía cuatro caras y cuatro alas”.
Sus piernas eran rectas, y sus pezuñas eran como pezuñas de becerro que centelleaban como bronce bruñido. Debajo de sus alas, a sus cuatro lados, tenían manos de hombre. Los cuatro tenían sus caras y sus alas.
Sus alas se juntaban unas con otras. Y cuando se desplazaban, no se volvían, sino que cada uno se desplazaba de frente hacia adelante.
La forma de sus caras era la de una cara de hombre, con una cara de león en el lado derecho de los cuatro, una cara de toro en el lado izquierdo de los cuatro, y una cara de águila en los cuatro.
Así eran sus caras. Sus alas estaban extendidas hacia arriba. Cada uno tenía dos alas que se tocaban entre sí, y otras dos que cubrían sus cuerpos.
Cada uno se desplazaba de frente hacia adelante. Iban adondequiera que el Espíritu decidía ir, y no viraban cuando se desplazaban.
En medio de los seres vivientes había algo como carbones de fuego encendido que se desplazaban como antorchas entre los seres vivientes. El fuego resplandecía, y del mismo salían relámpagos.
Y los seres iban y volvían, como si fueran relámpagos.
Mientras yo miraba a los seres vivientes, he aquí que había una rueda en la tierra, junto y al frente de cada uno de los cuatro seres vivientes.
La forma y el aspecto de las ruedas era como crisolito (una piedra semipreciosa). Las cuatro ruedas tenían la misma forma y aspecto, y estaban hechas de manera que había una rueda dentro de otra rueda.
Cuando se desplazaban, lo hacían en cualquiera de las cuatro direcciones, y no viraban cuando se desplazaban.
Sus aros eran altos y aterradores, y los aros de las cuatro ruedas estaban llenos de ojos alrededor.
Cuando los seres vivientes se desplazaban, también se desplazaban las ruedas que estaban junto a ellos. Cuando los seres se elevaban de sobre la tierra, las ruedas también se elevaban.
Iban adondequiera que el Espíritu fuese, y las ruedas también se elevaban junto con ellos, pues el Espíritu de cada ser viviente estaba también en las ruedas.
Cuando ellos se desplazaban, también ellas se desplazaban; cuando ellos se detenían, también ellas se detenían. Y cuando ellos se elevaban de la tierra, también las ruedas se elevaban junto con ellos, porque el Espíritu de cada ser viviente estaba también en las ruedas.
Sobre las cabezas de los seres vivientes había una bóveda semejante a un cristal impresionante, extendido por encima de sus cabezas.
Debajo de la bóveda, sus alas se extendían rectas, la una hacia la otra. Y cada ser tenía dos alas con que cubrían sus cuerpos.
Cuando se desplazaban, escuché el ruido de sus alas como el ruido de muchas aguas, como la voz del Todopoderoso, como el bullicio de una muchedumbre, como el bullicio de un ejército. Y cuando se detenían, bajaban sus alas.
A través de la extrañeza del relato, que se puede comparar con la esplendente visión de sí mismo sin mitigación que Krishna ofrece a Arjuna en el Baghavad Gita, Ezequiel pretende ponernos a la vista de querubines, aspectos de Dios que no aparecen sino junto a él en varios pasajes de la Biblia judía y también en el Apocalipsis del Nuevo Testamento.
Sin dudas, nunca pensó en extraterrestres ni estuvo en condiciones de suponer que tal confusión se iba a producir un día.
El mismo identifica a los “seres vivientes” con querubines, como los que estaban a las puertas del jardín del Edén con “espadas de fuego” con el propósito de impedir que Adán y Eva regresaran después de ser expulsados. Dos imágenes de querubines estaban también sobre el arca de la alianza, que los judíos llevaban siempre consigo en su vida nómada y perdieron en un momento de su historia.
Ezequiel adjudica a los querubines cuádruple cara de hombre, lo mismo que hace luego Juan, el autor del Apocalipis: “Y delante del trono había como un mar de vidrio semejante al cristal; y junto al trono, y alrededor del trono, cuatro seres vivientes llenos de ojos delante y detrás.
El primer ser viviente era semejante a un león; el segundo era semejante a un becerro; el tercero tenía rostro como de hombre; y el cuarto era semejante a un águila volando.” Se trata de animales simbólicos que están más allá de Ezequiel y de Juan, porque figuran cualidades de la divinidad.
Tienen relación con los múltiples simbolismos del número cuatro en todas las tradiciones, desde los puntos cardinales a las estaciones del año, las modalidades de la vida en la tierra y las etapas de la vida humana, etc. Los evangelistas tomaron estos animales para representar a Cristo: Lucas como un león, Mateo como un toro, Marcos como hombre y Juan como un águila. Ezequiel compara a los querubines con ruedas y por eso se ha querido interpretarlos modernamente como naves espaciales.
El renacimiento visible de la esperanza
El primer avistamiento moderno de ovnis se produjo en el sur de Chile en 1868 y está narrado en un diario de la época de Copiapó. Siguieron varios ese año en el mismo lugar. Luego, después de la segunda guerra mundial comenzaron a sucederse con frecuencia, al punto que hoy en día en Victoria, frente a Rosario en Entre Ríos, casi no hay día que no se produzcan y se han hecho tan familiares, tan confianzudos, que un Ovni se instaló en el cielo victoriense para no perder detalle del Dakar desde la comodidad de las alturas.
Una y otra vez se han dado a conocer hechos que no se han confirmado o han sido fraudes. La caída de un Ovni en Roswell, cerca de una base militar norteamericana en el sur de los Estados Unidos, despertó gran revuelo porque el primer informe militar hablaba de un plato volador, pero luego las declaraciones oficiales cambiaron y no hubo más plato ni extraterrestres.
Desde entonces se han multiplicado avistamientos, algunos desde aviones en que todos los pasajeros participaron de modo que se puede eliminar el fraude o la alucinación. Flotillas de ovnis han surcado el cielo de algunas ciudades, como Buenos Aires o Santiago de Chile, y al mismo tiempo se han producido cortes masivos de electricidad. Pero nunca se pudo ofrecer una prueba definitiva. El precepto científico manda que para certificar un fenómeno extraordinario es preciso aportar pruebas concluyentes y los estudiosos de los Ovnis hasta ahora no han podido satisfacerlo.
En lugar de pruebas concluyentes, a menudo se han aportado fraudes escandalosos, como la conocida “autopsia” de un extraterrestre, presuntamente uno de los que habrían caído en Roswell que se mostró por televisión y que resultó una puesta en escena montada por actores.
Un ovni que aparecía clarísimo en el cielo crepuscular hasta “ponerse” detrás de un edificio en México era un mediocre montaje fotográfico, como quedó en claro cuando un estudio de la foto permitió determinar que el número de píxeles alrededor del “ovni” era muy diferente del resto, es decir, la imagen había sido insertada allí.
Los estudiosos, cada uno en su capilla
Desde que hay gente que ve ovnis, hay necesidad de saber de qué se trata. Los estudiosos han aportado enorme cantidad de datos de distinto origen y valor, y se han ido perfilando algunas escuelas o por lo menos puntos de vista diferentes. Como acontece donde prevalece la opinión y es todavía posible lanzar hipótesis sin posibilidades de control riguroso, se multiplican las interpretaciones, algunas muy ingeniosas o sorprendentes, otras antojadizas, pero reveladoras siempre de lo mucho que oculta la mente humana.
Una de las teorías principales es la conspirativa, que supone ocultamiento deliberado del fenómeno ovni. La teoría conspirativa se funda que en la década de los 50 del siglo XX, los servicios secretos estadounidenses de acuerdo con otros países habrían trazado una estrategia de ocultación del fenómeno ovni. Los servicios, que posiblemente sintieron que algo debían ofrecer ante esta acusación directa, anunciaron un “proyecto Azul” para blanquear el tema, pero como es norma en estos casos, junto a la luz arrojaron sombras que reforzaron más que debilitaron la teoría conspirativa.
Esta teoría especula con la posible eliminación de pruebas y la sistemática negativa a aceptar la veracidad de testimonios de avistamientos. Incluso, cuando los avistamientos son tan espectaculares como para no poderlos negar, las autoridades que “conspiran” contra la ovnilogía usarían métodos más expeditivos: como extorsión y amenaza a testigos y el secuestro de pruebas.
Frente a la teoría conspirativa, están los que no niegan los ovnis, pero sí que tengan relación con extraterrestres. El arma principal que esgrimen es que para poder afirmar la existencia de fenómenos extraordinarios se requieren pruebas concluyentes, un principio científico básico. Las afirmaciones sobre los ovnis no serían “falsables” de acuerdo con el criterio del filósofo austríaco Karl Popper, lo que les quita cientificidad. En resumen: no hay pruebas fiables que relacionen los ovnis con naves extraterrestres, la ufología no es ciencia sino pseudociencia.
Este punto de vista es sustentado también, al menos hasta ahora, por la mayor parte de los científicos y astrónomos, que no encuentran bases para sostener la hipótesis de que los ovnis tengan dentro seres de otros mundos.
Se alega que estudiadas en profundidad, las pruebas ofrecidas por los ufólogos resultan fraudes, alucinaciones, interpretaciones erróneas de fenómenos terrestres como aparición de cometas, fenómenos atmosféricos, nubes lenticulares, basura espacial, prototipos de naves terrestres y muchos otros prolijamente enumerados.
Admiten que hay casos, una minoría pequeña, que resisten todas estos intentos de desbaratarlos, pero se deben considerar como “no identificados” sin base suficiente para entender que se trata de naves extraterrestres.
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