Opinión
Gonzalo Himiob Santomé
La Voz / ND
No son pocas las lecciones, o las advertencias que cabe hacer, luego de haber presenciado en los últimos días la cadena de acontecimientos, que de la mano de la ciudadanía han concluido con la salida del poder en Egipto del dictador Hosni Mubarak. Escribo esta entrega cuando ya a nivel mundial se ha anunciado que el dictador ha dimitido, y cuando el pueblo egipcio, conjuntamente con el resto del mundo libre, vive la primera victoria de la lucha pacífica y cívica sobre el abuso y los excesos del poder.
Más allá de las simpatías, de las sanas envidias o de las interpretaciones y comparaciones que se puedan hacer, no siempre luminosas hacia nuestros desempeños cívicos, valga decir, entre la forma en la que el pueblo egipcio asumió sus responsabilidades y las maneras en las que nosotros nos enfrentamos a nuestras autóctonas penurias políticas, también tenemos que detenernos en algunos aspectos importantes muy dignos de ser tomados en consideración, y que también deben alertarnos, desde el Medio Oriente, sobre nuestros futuros derroteros; pues ya se sabe, en temas de transición política no es sólo importante saber de qué o de dónde se sale, sino también hacia qué o hacia dónde se va.
Me explico. Hosni Mubarak había mantenido el poder por cerca de 30 años en condiciones verdaderamente inaceptables. Prostituyendo el sentido de la verdadera democracia y con claro afán de legitimarse en el poder, se sometió a referendo en cuatro ocasiones, la primera de ellas en 1987 y la última de ellas en 2005; a primera vista esto no tendría nada de malo, a menos que se tomaran en cuenta tres aspectos fundamentales: En las tres primeras oportunidades (1987, 1993, 1993) su gobierno controlaba plenamente a todas las demás instancias del poder público incluidas las fuerzas armadas y policiales (cualquier parecido con nuestra realidad no es simple coincidencia); Mubarak estaba amparado por la legislación de su país en la que se prohibía la elección multicandidatural (o lo que es lo mismo, sólo competía él contra él) y, además mantuvo en vigencia la “Ley de Emergencia” , que había sido promulgada en 1962, y que entre otras lindezas, permite (pues aún está vigente) el encarcelamiento sin fórmula de proceso, contra quien fuera declarado enemigo de su poder; legaliza la censura de los medios de comunicación, prohíbe la existencia de organizaciones críticas al gobierno, limita las posibilidades de manifestación pública y amplía de manera harto desmesurada las potestades de la policía, al punto de que se estima que durante su mandato la cifra de presos políticos superó las 30.000 personas. Cuando por fin en la última de sus contiendas electorales (2005), fue enfrentado por otro candidato, éste cantó fraude ante su derrota y fue por ello encarcelado. La corrupción se convirtió en su regla de subsistencia, llegando Mubarak a amasar una fortuna personal estimada en más de 30.000 millones de Euros. En otras palabras, se trata de un gobierno no sólo personalista, sino además corrupto y abusivo, como pocos han existido. De estas circunstancias nació la necesidad, indiscutible e inmediata, de cambiar las cosas, lo que en efecto está ocurriendo.
No nos quedemos sólo allí, Mubarak, a instancias de EEUU (que lo apoyó durante todo su mandato), se mantuvo alejado de los fundamentalismos islámicos y evitó en cierta medida que éstos desestabilizaran aún más la región. Nunca debemos olvidar que una de las consideraciones geopolíticas importantes que hay que hacer en este tema, es que Egipto además de tener el control sobre el Canal de Suez, es vecino inmediato de la Franja de Gaza, por lo que de alguna forma ha servido de manera soterrada y relativa sin embargo, como muro de contención contra las agresiones, que desde ese frente podrían concretarse contra el Estado de Israel. Las relaciones entre Israel y Egipto se basan esencialmente en el acuerdo de paz suscrito en 1979 entre las dos naciones, después de la Guerra del Yom Kippur, paz que se ha mantenido, aunque de manera precaria, entre ambas naciones. Así, la salida de Mubarak del poder, deja abierta la puerta para que grupos islamistas opuestos a los intereses occidentales, y más aún, a los de los israelitas, se hagan del gobierno en su país, lo cual marcaría un cambio evidente y negativo a nivel regional, de proporciones impredecibles por el momento. Por supuesto, otra lectura tal vez positiva permitiría inferir que la caída de Mubarak, abriría paso también a la incorporación de otros grupos políticos no sólo respetuosos de las normas elementales de convivencia democrática, sino además conscientes de la importancia del resguardo de la paz y de la necesidad de mantener buenas relaciones con sus vecinos; pero, las consecuencias de largo aliento de la situación y de la eventual ausencia de Mubarak en el poder, aún están por verse.
Lo que está ocurriendo en Egipto, pero también lo que está pasando en Túnez, Yemen y Jordania, e incluso lo que pueda pasar en Arabia Saudita, Libia, Siria y Argelia debe alertarnos en occidente. Ya ocurrió en otras oportunidades, que ante la caída de otros liderazgos, tomaron el poder fórmulas teocráticas con todas las consecuencias negativas que de ello cabía anticipar (así pasó cuando el régimen del Sha de Persia fue suplantado por el de los Ayatolás). En estas circunstancias, no es descabellado afirmar que es posible tanto una cosa como la otra, y que gobiernos francamente opuestos al mundo occidental (del cual somos parte aunque algunos no quieran verlo así), podrían tanto en Egipto como en las demás naciones mencionadas hacerse ahora del poder, lo cual tendría graves implicaciones, sobre todo en lo que atañe a la paz regional, y también en cuanto a la comercialización del crudo y de otros bienes que llegan al mundo a través del Canal de Suez, circunstancia que a nosotros sí nos afecta directamente.
Es necesario valorar las cosas con visión no sólo inmediata, sino además con proyección a mediano y a largo plazo. Al igual que ocurre en Egipto, y como eventualmente ocurrirá en otros países del Medio Oriente y también en nuestro país, debemos estar conscientes de que la construcción (en ambos casos, mejor decir reconstrucción), de la democracia real en las naciones, pasa no sólo por el cambio de lo negativo imperante, sino además por la previsión, expresada en planes, propuestas y en hechos, hacia lo positivo que se desea como paso inmediato siguiente. Si Mubarak sale del poder en Egipto y se consolida allí un gobierno teocrático fundamentalista islámico poco o nada se habrá hecho por la causa de la libertad de los pueblos, por la de los derechos humanos o por la de la paz en el Medio Oriente. Si en nuestro país se sale como se espera, y por la vía de los votos, del régimen que con tantos abusos nos limita y daña hoy por hoy, sin que se haya tomado la previsión de tener preparado un proyecto de país incluyente, próspero y tolerante que en realidad (que no sólo de la boca para afuera) tome en cuenta las necesidades verdaderas del pueblo, no habremos sino sustituido un mal por otro mal, con consecuencias imprevisibles por demás, pero orientadas todas ellas sin duda, hacia la vuelta a la barbarie militarista o dictatorial al cabo de pocos años, como ha sucedido históricamente en otras partes de Latinoamérica.
Mirémonos entonces en ese espejo. No sólo en cuanto a la necesidad de rescatar el verdadero valor de la protesta cívica y pacífica como motivadora de cambios políticos de trascendencia, sino además en cuanto a la necesidad de preparar lo necesario a una transición, posible y cada vez más cercana, hacia la Venezuela democrática, solidaria y libre a la que todos aspiramos, pues como decía Erasmo De Rotterdam: La paz más desventajosa es mejor que la guerra más justa.
Gonzalo Himiob Santomé
La Voz / ND
No son pocas las lecciones, o las advertencias que cabe hacer, luego de haber presenciado en los últimos días la cadena de acontecimientos, que de la mano de la ciudadanía han concluido con la salida del poder en Egipto del dictador Hosni Mubarak. Escribo esta entrega cuando ya a nivel mundial se ha anunciado que el dictador ha dimitido, y cuando el pueblo egipcio, conjuntamente con el resto del mundo libre, vive la primera victoria de la lucha pacífica y cívica sobre el abuso y los excesos del poder.
Más allá de las simpatías, de las sanas envidias o de las interpretaciones y comparaciones que se puedan hacer, no siempre luminosas hacia nuestros desempeños cívicos, valga decir, entre la forma en la que el pueblo egipcio asumió sus responsabilidades y las maneras en las que nosotros nos enfrentamos a nuestras autóctonas penurias políticas, también tenemos que detenernos en algunos aspectos importantes muy dignos de ser tomados en consideración, y que también deben alertarnos, desde el Medio Oriente, sobre nuestros futuros derroteros; pues ya se sabe, en temas de transición política no es sólo importante saber de qué o de dónde se sale, sino también hacia qué o hacia dónde se va.
Me explico. Hosni Mubarak había mantenido el poder por cerca de 30 años en condiciones verdaderamente inaceptables. Prostituyendo el sentido de la verdadera democracia y con claro afán de legitimarse en el poder, se sometió a referendo en cuatro ocasiones, la primera de ellas en 1987 y la última de ellas en 2005; a primera vista esto no tendría nada de malo, a menos que se tomaran en cuenta tres aspectos fundamentales: En las tres primeras oportunidades (1987, 1993, 1993) su gobierno controlaba plenamente a todas las demás instancias del poder público incluidas las fuerzas armadas y policiales (cualquier parecido con nuestra realidad no es simple coincidencia); Mubarak estaba amparado por la legislación de su país en la que se prohibía la elección multicandidatural (o lo que es lo mismo, sólo competía él contra él) y, además mantuvo en vigencia la “Ley de Emergencia” , que había sido promulgada en 1962, y que entre otras lindezas, permite (pues aún está vigente) el encarcelamiento sin fórmula de proceso, contra quien fuera declarado enemigo de su poder; legaliza la censura de los medios de comunicación, prohíbe la existencia de organizaciones críticas al gobierno, limita las posibilidades de manifestación pública y amplía de manera harto desmesurada las potestades de la policía, al punto de que se estima que durante su mandato la cifra de presos políticos superó las 30.000 personas. Cuando por fin en la última de sus contiendas electorales (2005), fue enfrentado por otro candidato, éste cantó fraude ante su derrota y fue por ello encarcelado. La corrupción se convirtió en su regla de subsistencia, llegando Mubarak a amasar una fortuna personal estimada en más de 30.000 millones de Euros. En otras palabras, se trata de un gobierno no sólo personalista, sino además corrupto y abusivo, como pocos han existido. De estas circunstancias nació la necesidad, indiscutible e inmediata, de cambiar las cosas, lo que en efecto está ocurriendo.
No nos quedemos sólo allí, Mubarak, a instancias de EEUU (que lo apoyó durante todo su mandato), se mantuvo alejado de los fundamentalismos islámicos y evitó en cierta medida que éstos desestabilizaran aún más la región. Nunca debemos olvidar que una de las consideraciones geopolíticas importantes que hay que hacer en este tema, es que Egipto además de tener el control sobre el Canal de Suez, es vecino inmediato de la Franja de Gaza, por lo que de alguna forma ha servido de manera soterrada y relativa sin embargo, como muro de contención contra las agresiones, que desde ese frente podrían concretarse contra el Estado de Israel. Las relaciones entre Israel y Egipto se basan esencialmente en el acuerdo de paz suscrito en 1979 entre las dos naciones, después de la Guerra del Yom Kippur, paz que se ha mantenido, aunque de manera precaria, entre ambas naciones. Así, la salida de Mubarak del poder, deja abierta la puerta para que grupos islamistas opuestos a los intereses occidentales, y más aún, a los de los israelitas, se hagan del gobierno en su país, lo cual marcaría un cambio evidente y negativo a nivel regional, de proporciones impredecibles por el momento. Por supuesto, otra lectura tal vez positiva permitiría inferir que la caída de Mubarak, abriría paso también a la incorporación de otros grupos políticos no sólo respetuosos de las normas elementales de convivencia democrática, sino además conscientes de la importancia del resguardo de la paz y de la necesidad de mantener buenas relaciones con sus vecinos; pero, las consecuencias de largo aliento de la situación y de la eventual ausencia de Mubarak en el poder, aún están por verse.
Lo que está ocurriendo en Egipto, pero también lo que está pasando en Túnez, Yemen y Jordania, e incluso lo que pueda pasar en Arabia Saudita, Libia, Siria y Argelia debe alertarnos en occidente. Ya ocurrió en otras oportunidades, que ante la caída de otros liderazgos, tomaron el poder fórmulas teocráticas con todas las consecuencias negativas que de ello cabía anticipar (así pasó cuando el régimen del Sha de Persia fue suplantado por el de los Ayatolás). En estas circunstancias, no es descabellado afirmar que es posible tanto una cosa como la otra, y que gobiernos francamente opuestos al mundo occidental (del cual somos parte aunque algunos no quieran verlo así), podrían tanto en Egipto como en las demás naciones mencionadas hacerse ahora del poder, lo cual tendría graves implicaciones, sobre todo en lo que atañe a la paz regional, y también en cuanto a la comercialización del crudo y de otros bienes que llegan al mundo a través del Canal de Suez, circunstancia que a nosotros sí nos afecta directamente.
Es necesario valorar las cosas con visión no sólo inmediata, sino además con proyección a mediano y a largo plazo. Al igual que ocurre en Egipto, y como eventualmente ocurrirá en otros países del Medio Oriente y también en nuestro país, debemos estar conscientes de que la construcción (en ambos casos, mejor decir reconstrucción), de la democracia real en las naciones, pasa no sólo por el cambio de lo negativo imperante, sino además por la previsión, expresada en planes, propuestas y en hechos, hacia lo positivo que se desea como paso inmediato siguiente. Si Mubarak sale del poder en Egipto y se consolida allí un gobierno teocrático fundamentalista islámico poco o nada se habrá hecho por la causa de la libertad de los pueblos, por la de los derechos humanos o por la de la paz en el Medio Oriente. Si en nuestro país se sale como se espera, y por la vía de los votos, del régimen que con tantos abusos nos limita y daña hoy por hoy, sin que se haya tomado la previsión de tener preparado un proyecto de país incluyente, próspero y tolerante que en realidad (que no sólo de la boca para afuera) tome en cuenta las necesidades verdaderas del pueblo, no habremos sino sustituido un mal por otro mal, con consecuencias imprevisibles por demás, pero orientadas todas ellas sin duda, hacia la vuelta a la barbarie militarista o dictatorial al cabo de pocos años, como ha sucedido históricamente en otras partes de Latinoamérica.
Mirémonos entonces en ese espejo. No sólo en cuanto a la necesidad de rescatar el verdadero valor de la protesta cívica y pacífica como motivadora de cambios políticos de trascendencia, sino además en cuanto a la necesidad de preparar lo necesario a una transición, posible y cada vez más cercana, hacia la Venezuela democrática, solidaria y libre a la que todos aspiramos, pues como decía Erasmo De Rotterdam: La paz más desventajosa es mejor que la guerra más justa.
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