Estados Unidos es el país con el mayor número de informes sobre avistamientos de naves voladoras no identificadas desde que un piloto hizo público su encuentro con nueve ovnis que hacían piruetas sobre Washington.
En Roswell, donde todo el mundo presume de saberlo todo sobre los ovnis y los extraterrestres, nadie vio ninguna luz en el cielo, ni una bola de fuego, ni llamarada alguna. Sin embargo, si se le insiste un poco a alguien en esa pequeña localidad de Nuevo México, en Estados Unidos, contará sin duda cualquier cantidad de historias de ovnis precipitándose entre los cultivos a comienzos de julio de 1947, de hombres verdes moviéndose en la oscuridad, de pequeños extraterrestres cabezones y de piel transparente. De hecho, un granjero de la localidad le puso alas a la imaginación de prácticamente todo el vecindario cuando llamó a los policías para mostrarles los restos de un aparato volador no identificado que se había estrellado en su rancho. El incidente brincó de inmediato a la prensa, provocó un largo desfile de militares y científicos, dio lugar a una cauda infinita de textos periodísticos, libros, películas, documentales y hasta una serie de televisión que fue trasmitida durante diez años con cierto éxito en Estados Unidos, y terminó por convertirse en el motor económico de la comunidad, que muy pronto empezó a dedicarse de lleno al comercio y al turismo para satisfacer las necesidades de millones de viajeros que, provenientes de todos los rincones del mundo, transitan por ahí desde entonces.
Un amigo muy querido que anduvo por ahí hace tiempo me contó alguna vez cómo proliferan por todas partes los establecimientos donde se ofrecen a los turistas piñatas en forma de ovnis, trajes de astronauta, disfraces de extraterrestre, réplicas de naves espaciales, libros, películas y revistas sobre el tema, tazas, sombreros, cachuchas y camisetas. Una de las leyendas más comercializadas es aquella que asegura: “Si los ovnis no existen, Roswell tampoco”.
Cuando los militares y los científicos estadunidenses desmintieron el suceso por todos los medios a su alcance la leyenda comenzó a echar rápidamente raíces en la mitología popular. Nació y creció entonces una legión de fanáticos de los ovnis que tiene ahora aliento internacional. Muchos aseguraron haber visto al moribundo extraterrestre que tripulaba la nave despedazada, otros fueron testigos del momento en que oficiales del ejército trataban de reanimarlo mientras lo subían en una ambulancia. Todos conocen las imágenes que lo muestran tendido en una plancha mientras se le practica una autopsia. Todos saben que el ejército estadunidense conserva sus restos en algún lugar secreto.
Han transcurrido 64 años desde aquel día de julio de 1947 y la leyenda no sólo no se extingue, sino que, como el fuego ante la gasolina, crece y se extiende cada vez que alguien se atreve a desmentirla.
Estados Unidos es tal vez el país con el mayor número de informes sobre avistamientos de naves voladoras no identificadas desde que, justo un mes antes del suceso de Roswell, un piloto civil hizo público su encuentro con nueve ovnis que hacían piruetas sobre Washington. En ese contexto, el país entero estaba dispuesto a creer cualquier cosa. Y lo está todavía.
Contagiado de esta suerte de mística fusión de la paranoia y la fantasía, el mundo se ha dividido prácticamente en dos: los que creen en los ovnis y en la vida extraterrestre y los que dudan de todo. Al parecer van ganando los primeros, como lo indica el hecho de que Alemania, un país con gran tradición científica y conocido sentido práctico, comenzó a impartir desde el año pasado en su Centro Aeroespacial de Colonia un doctorado para estudiar la vida extraterrestre.
Pero los discípulos más aventajados de los estadunidenses en materia de avistamientos de ovnis y de extraterrestres son sin duda los ingleses. Tanto, que cuentan incluso con su propia versión de Roswell. De hecho, lo que denominan allá como el “incidente Rendlesham” es conocido también como “el Roswell inglés” y se refiere a la controvertida aparición de un grupo de platillos voladores en diciembre de 1980 en el bosque de Rendlesham. El sobresalto que vivieron entonces los ingleses devino igualmente en franca mitología desde que las autoridades reconocieron que habían perdido buena parte del expediente de la investigación oficial sobre el asunto.
Hace unos días, el afligido piloto de un avión ruso relató que había escuchado en pleno vuelo la voz de un extraterrestre con voz femenina que parecía decirle todo el tiempo “miau, miau”. Como es natural, los británicos recibieron la noticia sin gota de escepticismo. Tal vez para dejar en claro que en algo creen han hecho públicos ahora, por su propia voluntad, ocho mil 500 documentos de todo tipo sobre encuentros con ovnis, algunos todavía inexplicados. Ni siquiera han conservado en secreto el expediente que detalla los sucesos del 4 de septiembre de 1967, cuando el Ministerio de Defensa británico hizo frente de la manera más aguerrida a una invasión de platillos voladores diseñados por un grupo de maldosos estudiantes de ingeniería.
Sentido contrario
Héctor Rivera
2011-03-06
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